MI PADRE
Yo tengo en el hogar un soberano único a quien venera el alma mía; es su corona de cabello cano, la honra es su ley y la virtud su guía. En lentas horas de miseria y duelo, lleno de firme y varonil constancia, guarda la fe con que me habló del cielo en las horas primeras de mi infancia. La amarga proscripción y la tristeza en su alma abrieron incurable herida; es un anciano, y lleva en su cabeza el polvo del camino de la vida. Ve del mundo las fieras tempestades, de la suerte las horas desgraciadas, y pasa, como Cristo el Tiberíades, de pie sobre las horas encrespadas. Seca su llanto, calla sus dolores, y sólo en el deber sus ojos fijos, recoge espinas y derrama flores sobre la senda que trazó a sus hijos. Me ha dicho: «A quien es bueno, la amargura jamás en llanto sus mejillas moja: en el mundo la flor de la ventura al más ligero soplo se deshoja. »Haz el bien sin temer el sacrificio, el hombre ha de luchar sereno y fuerte, y halla quien odia la maldad y el vicio un tálamo de rosas en